No es un cliché pensar que somos nuestros propios enemigos y el obstáculo que nos aleja de la mayoría de las cosas que queremos lograr esta frente al espejo. En nuestros intentos nos encontramos con limitaciones que toman formas tan diversas como sofisticadas.
Es una voz que te dice que no eres capaz de hacer algo, otra que te dice que no sabes suficiente, una sombra de miedo que te arropa, la sensación de que vas a morir en cada respiro o que tu cuerpo se convirtió en un incandescente festival de dolores y extrañezas.
Algunos llaman a este fenómeno el Síndrome del Impostor, cuando no nos sentimos a la altura de las circunstancias, en los retos personales y profesionales que tenemos que afrontar como parte de la vida, porque estamos invadidos por pensamientos, sensaciones y emociones que nos repiten “No eres capaz”
¿Pero cuál es la raíz de este trastorno?
Según The School of Life es la imagen que tenemos de los otros, somos impostores porque no podemos imaginar que las personas que admiramos son tan imperfectas como lo somos nosotros, que detrás de una apariencia pulida y editada para el mundo, tienen inseguridades, miedos y limitaciones.
“Nos conocemos desde dentro, pero a los demás solo desde afuera. Estamos constantemente conscientes de todas nuestras ansiedades, dudas e idioteces desde nuestro interior. En cambio todo lo que conocemos de los demás, es lo que hacen o lo que nos dicen, una fuente de información bastante angosta y editada”
- The School of life
En efecto, el Ego que nos dice quiénes somos, constantemente se ve en la necesidad de compararse con los demás en busca de esa misma información. Te conoces a ti mismo cuando te contrastas con el resto del mundo, eres esto porque no eres aquello.
Fallamos en entender entonces que eso que vemos en los demás es precisamente una versión, la mejor versión, más segura, más refinada, más inteligente y que detrás solo hay un humano, esclavo de la misma naturaleza que todos los humanos.
“Reyes y filósofos cagan y también las damas”
-Montaigne
La propuesta de la escuela de Alain de Botton (fundador de The School of life) es la de humanizar al mundo, darnos cuenta que cuando nos encontramos con una persona, sin importar que tan perfecta parezca, no nos estamos encontrando con un extraño, sino con alguien que comparte nuestra misma naturaleza, por lo que no hay nada que se interponga entre nosotros y la posibilidad de éxito o grandeza.
Sin embargo pienso que esta manera de entender y de tratar al Síndrome del Impostor quizás carece de profundidad, pues solo nos permite mirarnos como una parte de lo que somos y a nuestra mente como una parte de lo que es (el animal dentro del animal)
La raíz del impostor puede estar en nuestra infancia y en las creencias que desde entonces construimos sobre nosotros y sobre el mundo. Las voz de un padre, un profesor, un hermano mayor, las expectativas familiares, el “deber ser”, muy pronto todo eso se mimetiza en una sola voz, la nuestra.
Comenzamos a vivir más del lado de nuestras sobras que de nuestra luminosa existencia y llega el miedo a protegernos, porque no somos capaces de hacerlo por nosotros mismos. El miedo se convierte en ese mentor que nos indica hacia donde no ir.
Entonces en este punto el Síndrome del Impostor no aparece solo en la comparación, sino también en la propia apreciación y en el desconocimiento de nuestra verdadera naturaleza, que es mucho más que biológica, es mística.
“Yo no soy pensamientos, emociones, percepciones sensoriales y experiencias. Yo no soy el contenido de mi vida. Yo soy vida. Yo soy el espacio en el que ocurren todas las cosas. Yo soy consciencia. Yo soy el Ahora. Yo soy".
-Eckhart Tolle
En este caso para superarlo, no haría falta solo comprender que todas las personas somos por dentro igual de contradictorias, erradas, carentes; sino que quizás sería mejor comprender que todos somos igual de luminosos, aunque no lo parezca.
De cualquier manera, las dos versiones obvian al individuo que se sienta solo con sus demonios sicológicos y padece los embates físicos que supone convivir entre las luces y las sombras.
Es lo que nadie te dice, que para “creértelo” no hace falta solo creértelo, ni dejar de compararte, ni dar el paso, ni atreverte, ni intentar cosas que te dan miedo. Que para creértelo y dejar de sentirte insuficiente, tienes que recuperar el amor propio, aceptarte, ser compasivo y caminar hacia la coherencia.
Lo que nadie te dice es que eso es mucha más que una sola decisión, es un tránsito, en el que nunca sabes que formas tomarán esos demonios. Qué será esta vez, un ataque de ansiedad, un dolor en el pecho, un dolor de cabeza, una gran sensación de tedio, cansancio físico, qué nombre tendrá hoy nuestra excusa.
Así, es un trabajo diario, en el que como un arqueólogo vas dándole golpes a la piedra, para desvelar algún día el tesoro que hay debajo.
Escrito por Daniela Díaz




